Si
pensáis que la crisis es algo que
pertenece por completo a nuestros tiempos, no es verdad. La escuela de nuestros
actuales gobernantes se puede remontar muchos años atrás. Ejemplo de ello
fueron las bancarrotas que sufrió la corona de Felipe II, "ese Rey en cuyo imperio no se ponía
jamás el sol". ¿Y de dónde vino todo ese problema? Lee el siguiente texto
y contesta a las siguientes preguntas:
1.-
¿Quién era Carlos I de España y V de Alemania?
2.-
¿Qué es eso de Aquisgrán? y ¿De qué compra de votos están hablando?
3.-
¿Qué fue lo que quedo endeudado? ¿Qué garantía se puso? ¿Qué eran los
"juros”?
4.-
¿A dónde tuvo que ir la gente de Castilla y Extremadura?
5.-
¿Quién era Felipe II? Y ¿Juana de Austria?
6.-
¿Cómo es posible que pese a la entrada de oro de las américas, el imperio
estuviese endeudado?
7.-
¿Qué medida adoptó Felipe II para combatir tal situación?
8.-
¿Ves alguna correlación con la situación actual?
La brillante e inteligente hermana de Felipe II (rey de
España, Inglaterra, y de una larga e innumerable lista de posesiones por aquí y
por allá) cuyo nombre era Juana de Austria, después de una concienzuda y
exhaustiva investigación efectuada durante el periodo de regencia entre su
padre y su hermano se dio cuenta, tras un año largo, de que el imperio estaba
en quiebra.Con agudeza sin par y la determinación que le caracterizaba, le
sugirió a su egregio hermano que cortara por lo sano con aquel tormento que
tenía colapsada a la hacienda pública, tal que era el pago de una suma
astronómica entre principal e intereses a los banqueros y prestamistas que
durante el reinado de su padre, Carlos I, habían parcheado las voraces
exigencias de liquidez de un imperio que no acababa de llegar a su punto de
inflexión en su dinámica expansionista.
Dicho y hecho. Una pionera suspensión de pagos permitió
al emperador salir de apuros durante un tiempo lo suficientemente prudencial
como para poner orden en el patio doméstico.
Cuarenta años antes un joven Carlos I de España que tenía
como contrincante y aspirante a un Francisco I de Francia con una ambición tan
desmedida como la de su joven opositor competían por un cargo que tenía más de
electo que hereditario, en el que los apaños políticos prevalecían sobre los
derechos sucesorios. En Aquisgrán, el 20 de octubre de 1520 y en medio de “una
dura campaña electoral“ se produjo el que probablemente pudiera haber sido el
mayor soborno de la historia.
Después de esquilmar las arcas castellanas y en menor
medida las aragonesas, se pudo “doblegar” finalmente la voluntad de los
príncipes que de manera profusa poblaban el Sacro Imperio Romano Germánico y
cuyo voto “de confianza” habría de ser determinante para la candidatura de
Carlos V. Una generosa faltriquera que no cesaba de repartir esplendidas
donaciones quebró finalmente la “resistencia” de aquellos perillanes. Banqueros
genoveses, florentinos, castellanos y alemanes, diseñaron un préstamo sindicado
con escandalosos intereses (en torno a un 30%) y unas garantías apabullantes
para poder afrontar el ablandamiento de aquellas dúctiles voluntades. Este era
el lado oscuro del que según algunos historiadores como Hugh Thomas fue el
mejor estadista de su época.
Mucho de los éxitos militares del emperador vinieron
gravados por terribles urticarias financieras. Algunos empréstitos se
acumulaban como un efecto dominó convirtiendo los cuarenta años de reinado de
Carlos I en una pesadilla a costa del pago de una deuda externa que se
convertiría en patología crónica.
Para paliar esta monumental deuda y no perder la confianza
de los acreedores, Felipe II optó por enajenar las joyas de la Corona. Todos
los maestrazgos (grandes extensiones rurales propiedad de las órdenes
militares) fueron otorgados como concesiones de explotación exclusiva a la
banca alemana Fugger. La hacienda castellana durante cerca de cien años no
vería ni un ducado. Quiso la fatalidad que fuera España por su peso económico
la más lastrada de las posesiones del despilfarrador emperador. En el paroxismo
dilapidador se llegó a arrendar por el método de subasta la recaudación de las
rentas que ingresaba la Corona. Es más, se emitieron los “juros”, una especie
de bonos del tesoro que permitían al beneficiario o comprador de los mismos
cobrar unos intereses que rondaban el 10%. En el colmo de aquella ilustre y
egregia enajenación, allá por el año del señor de 1528 se procedería a segregar
en formato de arriendo el territorio de Venezuela a los también banqueros
alemanes, la saga Welser.
Las improductivas guerras de religión, eran más que
lacerantes; sangrías sin sentido que no conducían más que a un desastre de
fácil pronóstico
Dentro de aquel circo de cambiantes ciclos económicos, el
oro y la plata de Perú acudirían en socorro del maltrecho emperador. Al
terminar la conquista, la colonización strictu sensu permitiría pasar de la
apropiación-expropiación del oro y otros metales preciosos a los indígenas a
una fase de producción en las minas de Potosí, Zacatecas, Guanajato y las
cuencas de los ríos colombianos Magdalena y Cauca, etc. El decenio comprendido entre
1532 y 1542 aportaría ingentes cantidades que aliviarían las estrecheces de las
arcas públicas y consolidarían la sólida implantación de la dinastía Habsburgo.
Más en vez de retornar a los castigados súbditos en forma de inversiones
productivas que aportaran algo de alegría a la expoliada población, este
incatalogable emperador que basculaba entre éxitos militares y quiebras
económicas, invertía todo su ímpetu creativo en nuevas hazañas bélicas.
Las improductivas guerras de religión eran mas que lacerantes;
sangrías sin sentido que no conducían más que a un desastre de fácil
pronóstico. El empecinamiento de aquella testa coronada en sostener posiciones
insostenibles –véase Flandes–, que con una buena autonomía y una discreta
presencia militar habría bastado para exorcizar aquel Vietnam español del siglo
XVI solo podía desembocar en una quiebra sin precedentes, como en efecto así
ocurriría.
Al amparo de las guerras luteranas, crecía
proporcionalmente la insolvencia del emperador. De esta guisa, y por los
reiterados impagos ante los correspondientes vencimientos, los intereses
llegaron a tornarse inasumibles. La suspensión de pagos del año 1557 fue una
“debacle” de difícil digestión para los banqueros de la época. Francia y
Portugal, también con crecientes dificultades financieras seguirían los pasos
de España, con la diferencia de que no buscarían fórmulas de retorno a sus
acreedores, a diferencia de Felipe II que sí implementó medidas alternativas
para no perder de vista a sus indispensables banqueros .
Se suele decir que subestimar el azar convierte a las
crisis en impredecibles. Carlos I de España tenía un buen mazo de cartas pero
una incapacidad innata para manejarlas con solvencia. Pudo sentar las bases de
una hegemonía largoplacista y duradera, pero su legado fue un galimatías
contable. Su herencia política podría haber cumplimentado todos los requisitos
de un infernal paisaje del Bosco. Su hijo Felipe II se tendría que enfrentar
con los elementos en una ardua tarea de recuperación de la imagen internacional,
no solo en el aspecto financiero, sino en múltiples frentes militares para
mantener en posición vertical a aquel coloso que fuimos.
La codicia de Carlos I de España impulsó indirectamente
una masiva emigración a las Indias, más allá del “efecto llamada” que
provocaron las leyendas de riquezas sin cuento en ilocalizables paraísos
terrenales como el ubicuo El Dorado. Se calcula que durante su longevo reinado
se llegarían a asentar en las urbes del Nuevo Mundo, gracias a concesiones de
explotación varias, encomiendas y otras zarandajas, cerca de 300.000 súbditos
empujados por la extrema necesidad provocada por su desmedida ambición por
diseñar una cartografía que abarcara todo el globo terráqueo. Castilla y
Extremadura fueron las principales “beneficiarias” de esta política de
vaciamiento de las arcas “publicas” y sus hijos tuvieron que mirar hacia el
nuevo oeste como única medida de salvación.
Es más que probable que los actuales gestores políticos
que pueblan el panorama nacional no sean otra cosa que delegados de intereses
ajenos que poco o nada tienen que ver con las aspiraciones de sus
administrados. Con poco rigor moral y escasa propiedad intelectual pueden
hablar de España aquellos que empujan a sus ciudadanos a buscarse el sustento a
años luz del solar patrio. Lo que sí es altamente probable es que tengan unos incuestionables
lazos de parentesco con aquel sobredimensionado emperador que dejó a los reinos
hispánicos con una silueta más parecida a una obra de Modigliani o Giacometti.
Saturno devora a sus hijos.
*Gentileza del Blog de Álvaro Van Den Brule
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